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Gritos y susurros: Bergman nunca decepciona

  • Maria Camila​
  • 23 abr 2017
  • 5 Min. de lectura

A muchas personas no les gustó, y es válido. Todavía yo no me he podido forjar una opinión certera acerca de esta película, es que la he visto dos veces solo para tratar de entender el nivel de Ingmar Bergman, aquel cineasta sueco, autor de una películas favoritas: Persona (1966). Sin embargo, entiendo la agonía, curiosidad, el asco y desagrado que genera Gritos y Susurros (1972), pero más allá de eso, se que esta es una pieza fundamental del séptimo arte, y un experimento bien logrado, del que aún Bergman se siente feliz, desde las profundidades de su tumba.

Aquel hombre logró explorar, una vez más temas como la muerte, la religión y las mujeres. Este último, un tema recurrente en sus obras, que a comparación de Tres Mujeres (1952), Persona (1966) y Sonata de otoño (1979), Bergman concibe el mundo femenino como un universo lleno de inquietudes, resentimientos y una extraña forma de amar. Esta es la historia Agnes (Harriet Andersson), que esta muriendo de un cáncer de útero, María (Liv Ullmann) y Karin (Ingrid Thulin), las dos hermanas que la están cuidando en sus últimos días y Anna (Kary Sylwan), la sirvienta de la casa que está también cuidando a Agnes y siente gran lealtad por ella.

La película fue rodada en una mansión de finales del siglo XVIII, aunque más que eso, el amplio lugar es convertido por Bergman en una prisión, a través de sus primeros planos y la poca distancia que percibe el espectador del fondo rojo. De hecho las alegorías no podrían ser más claras, el otoño que rodea la casa representa la proximidad a la muerte de Agnes; los vestidos blancos de las otras tres mujeres contrapuestos con el rojo vivo de las paredes y de los fade out, son el indicio de que en aquel lugar las emociones están en su máximo esplendor. De hecho, alguna vez el director dijo que para él, el color rojo representaba el alma, las pasiones, que yuxtapone con el blanco de la pureza, un arquetipo de la mujer. Con mezcla de Sven Nykvist, director de fotografía y amigo fiel de Bergman ganó Oscar a mejor fotografía.

Iniciamos con el tic tac del reloj, María esta durmiendo en una butaca, Agnes esta en la cama con su respiración dificultuosa. Luego se levanta y deambula por la habitación para escribir en su diario, y narrar que sus hermanas han venido a cuidarla, se recuesta y aparecen Anna y Karin, todas vestidas de blanco. Si bien, hay algo que identifica a artistas como Bergman, es la tarea de demoler estructuras, hacer visible lo invisible, destapar mascaras y destruir egos. Cada una de estas mujeres representa algo. De hecho por sus contrariadas personalidades, María y Karin no se agradan.

Agnes en su agonia, es la viva imagen de una niña que no se ha desprendido del recuerdo de su madre, sin salir al mundo, ha permanecido sumida en la melancolía, temerosa del exterior, de hecho aún vivía en su casa de la infancia. María, es la personificación del eros, seductora, pasional, aburrida de su marido y de ser madre, mantiene una relación amorosa con el doctor. Karin, es una mujer fria e insensible, amiga de la represión, el negro es su color más habitual, esta sumida en la amargura, y llama en especial la atención por su asco al contacto físico. Ana, en cambio, es la personificación de la bondad, desde el principio sabemos que perdió a su hija, que parece ser reemplazada por Agnes, a quien cuida con la ternura y el fervor de una madre. Es así como en aquel lugar y en diversas situaciones descubriremos las disparejas personalidades que atañen a cada una de ellas.

En términos de estructura, la película esta divida por fade outs color rojo, y en cada cápitulo ahondamos más y más en el mundo de estas mujeres. Hay una escena cuya composición llamó especialmente mi atención. Después de cenar con su marido, Karin entra en a su cuarto a cambiarse para dormir, y mirando atreves de un colosal espejo, vemos como ella abofetea a Anna por mirarla con dulzura, sin embargo, le pide que la ayude a desvestirse, y en tras momentos de silencio Karin queda desnuda, una metáfora sobre su vulnerabilidad. Por otra parte, la escena que continua no la he podido ver con los ojos abiertos, pues Karin recostada en la cama, introduce un vidrio roto en su vagina, y muestra su lesión a su marido, a quien detesta, mientras se toca el rostro con las manos llenas de sangre. Incomoda y asquerosa, pero sin necesidad de muchas palabras entendemos que Karin es un ser distante y afligido.

Otra escena importante e interesante, sucede tras la muerte de Agnes, pues somos testigos de un derrumbe emocional entre una dulce María que se acerca a una Karin sin máscara, que llora y grita, e inclusive confiesa que ha intentado suicidarse, pero a pesar de que Maria la quiere abrazar, ella la rechaza y confiesa lo que siente en verdad por ella:¡Te das cuenta de que te odio!. Pero luego, como si tuviera doble personalidad, se acerca a María y surge una mujer distinta: ¡Maria perdóname!, confiesa. Lo que sigue es una genial escena donde escuchamos susurros de una conversación intensa, y las hermanas se tocan por primera vez en todo el filme, sin embargo bergman no nos deja escuchar las palabras sino que ambienta la acción con la suite número 5 para chelo de Bach.

Y como si la historia no pudiera ser más compleja, al acercase el final, presenciamos una escena delirante, que comienza con Anna, quien tras escuchar el llanto de un bebe, sale a la sala para encontrar a María y Karin aterrorizadas musitando algo que no se oye, pues lo que Anna escucha como llanto, estas dos escuchan como la voz de Agnes pidiendo a sus hermanas que la ayuden a dormir. Tras esto, las dos entran al cuarto, se acercan al cuerpo de Agnes pero luego corren despavoridas, así que Anna se queda con ella, y la escena finaliza con Agnes recostada al pecho de Anna, como alegoría a la famosa obra de Miguel Angel, La Piedad. Todo esto para confirmar que en sus hermanas todavía prevalecía la falsedad que pretendieron mientras Agnes seguía viva.

Luego de aquello, nos acercamos a un final lleno de la miseria y vaciedad humana, tras poner todo en orden, María y Karin se despiden de manera fría y formal, aquel humo de amor y reconciliación se desvanece, la vida continua igual, las dos seguirán siendo infelices. Por otra parte, Anna no recibe bonificación alguna por sus 12 años de cuidado, pero se queda con el diario de Agnes, el cual abre para transportarnos a la última escena (la única ambientada en exteriores), en la que las cuatro mujeres caminan por el bosque de la mansión y Agnes confiesa haber pasado la estancia con sus hermanas como el momento más feliz de su vida, sin embargo es una lastima que la realidad fuera otra.

Una historia compleja y tormentosa, pero llevada a cabo con la maestria del inigualable Bergman, que pretendía incomodar y sofocar al espectador, pues como en aquella mansión, la vida en sociedad puede convertirse en una eterna prisión, donde las apariencias se desmoronan cuando surge el miedo a la muerte, que solo puede traer consigo gritos y susurros. Con una increíble fotografía, la maravillosa actuación de Liv Ullmann, e incluso la pequeña hija de esta actriz y el director. Una película para ver cuando creamos que lo hemos visto todo.


 
 
 

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